martes, 18 de noviembre de 2008

La vejez y sus costumbres



Ocho y media de la noche. Doce horas fuera de casa y la mochila en mi espalda parece pesar el doble que esta mañana. No es que cargue más peso, es que mis fuerzas flaquean, y cuando entro en el autobús, 90 céntimos por un asiento, me encuentro en la coyuntura de cederle mi sitio al pobre anciano que se ha subido tras de mí y que sin duda ha visto el esfuerzo de mi espalda reflejado en mi cara. Él no ha pagado más que yo, él no usa bastón o muleta y, por las circunstancias, él se ha convertido en Sansón (aunque su calvicie pudiera decir lo contrario) mientras que yo podría formar equipo con sus compañeros de parchís y acabar convertida en carne de cañón, expuesta sin miramientos a sufrir cualquier clase de daño. Exhausta. Pero aún así me ha mirado y murmullado, y sin saber lo qué ha podido mascullar entre dientes o dentaduras, como si suyos fueran los poderes divinos, me he levantado y sonriente le he cedido mi asiento, avanzando así por los episodios de la falsedad, la resignación, el enojo, la rabia, el resentimiento y el odio, la construcción afectiva de mayor riesgo para nuestra salud emocional que sin duda acabará por destruirme antes de llegar a casa e irradiará despojos sobre quien quiera que me rodee hasta que transcurra el tiempo necesario para rebobinar y transformar la sonrisa fingida de aquel autobús en un gesto de ciudadanía y respeto que me harán sentir orgullosa hasta que la peripecia vuelva a repetirse.

Los mayores creen estar licenciados en la escuela de la experiencia con el derecho de ejercer su profesión y supremacía en cualquier ámbito de la vida cotidiana. Si es en la consulta del médico sus casi 7 años de estudios y tantos más de práctica se quedan reducidos a un "y este que va a saber, ahora le dan el título a cualquiera, sabré yo lo que me conviene y lo que no" ; si es en la calle frente a un grupo de chavales que recaudan dinero para su viaje de estudios, sus esfuerzos se verán recompensados con un "lo siento joven, no tengo monedas ahora mismo, la pensión es pequeña y mi doctor, que es un incompetente, me saca los cuartos en su consulta privada" ; si es la hora de comer y se habla de política "estos gobernantes de hoy en día no saben lo que hacen, así va el país, así la economía, es la perdición hija, la perdición" ; y no olvidemos su afición por los documentales de la 2, los programas de prensa rosa y la teletienda que siempre ocupan sus horas de ocio porque "hoy en día no hay nada interesante en la televisión y todas las películas son de violencia o de sexo, muy desagradable hija, muy desagradable". Me quedan aun por nombrar los espacios verdes en pueblos y ciudades, y no me refiero a los parques y jardines sino a las reuniones de jubilados en zonas estratégicas desde las que airear su vergüenza con comentarios de mal gusto a jovencitas inocentes que ni por asomo podrían pensar que los contemporáneos de sus abuelos se comportarían de tal manera. Y por último los bares, insignias clave del orgullo nacional por su deporte rey: el fútbol. Gritos e improperios conjuran contra la pantalla como si de esa manera descargaran el descontento acumulado durante más de 60 años... La vejez y sus costumbres donde la tragedia no es ser viejo sino que ya nunca más se será joven.

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